sábado, 21 de febrero de 2009

problemas.

1:32:00 p. m.


- luna nueva -


La comida empezaba a ser un dilema, no para mí, sino para
ellos. Al principio, no era consciente del problema, siempre
un poco confusa por las medicinas que
las enfermeras inyectaban
en mi IV, y Edward no me dijo nunca nada de ello. Cuando, finalmente, me di cuenta, sus iris eran casi completamente negros, los círculos bajo sus ojos, profundos y lilas. Pe
r
o hizo caso omiso de mis preocupaciones, riendo. Entonces, una
mañana, despertándome incómoda y aturdida, no estaba durmiendo bien
con mi espalda plana, pero era la única posición que mi pierna
permitía. Abrí los ojos para mirarle, ahora como mi
primer instinto.
Él sabía
los signos de mi despertar, y siempre estaba ahí, con su
rostro seráfico como mi primera vista del día. Todos los incordios
del hospital, las enfermeras poco agradables, el
dolor de mis
heridas, los lunares llenos de bultos de mi dura cama, se convertían
en nada comparados con el regalo de su compañía. -Buenos días -su
sonrisa era inaguantablemente bella. Menos mal que habían quitado el
monitor del corazón, por lo que las enfermeras no tendrían que
volver para comprobar el repentino pincho de mi pulso. Y entonces me
di cuenta de sus ojos, y jadeé. -¿Qué pasa? -frunció el ceño,
enseguida volviéndose demasiado preocupado. -Tus ojos -me estremecí.
La última vez que había visto ojos de ese color casi había muerto.
Agachó su cabeza, avergonzado, apartando sus iris tintados de
borgoña. -Lo siento, debería haberte alertado. Le miré absorta hasta
que finalmente volvió a mirarme, con sus inquietantes
ojos granates. -¿Estás enfadada? -preguntó, indeciso. Suspiré. -Supongo
qu
e estoy bien, mientras fuese la enfermera quien tuviera tantos
problemas encontrando mis venas. Hizo un sonido de disgusto y se
ap
artó de mí. -Espero que estés bromeando. -¿Entonces qué? -pregunté. -Alice y yo volcamos la reserva de sangre del hospital
-admitió, pareciendo avergonzado-. Fue su culpa: se negó a cazar
coyotes o serpientes cascabel. Me reí tontamente, imaginando el
disgusto de ella. -Espero que te mantuvieras apartado del O
negativo -intenté sin éxito parecer severa. Miró airadamente,
disgustado por mi referencia a esas primeras horas de in
quietud, de
las que yo no tenía memoria cuando en el hos
pital se agotó mi tipo
de sangre y tuvieron que traer más rápidamente con un
helicóptero d
esde Tucson. -Escogimos AB positivo, por
supuesto. -Desde luego -concordé-. Esos trabajadores con
suerte pueden utilizar la sangre de cualquiera. Me
frunció el ceño. Él lo consideraba todo parte de mi
naturaleza peligrosamente atraye
nte, y por lo tanto, mi
culpa que yo tuviera la sangre más difícil de suministrar.





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