sábado, 21 de febrero de 2009

error de calculo 2.

5:17:00 p. m.

(...) Registré mi mente en busca de algún tipo de dolor por Bella, y estuve encantada de descubrir que realmente me afligí por la muchacha. Un poco. Ella había hecho feliz a Edward como no lo había visto antes. Por supuesto, ella también le hizo más miserable que ninguna otra cosa en su siglo de vida. Pero yo echaría de menos la paz que ella le había dado en esos cortos meses. Yo podría realmente lamentar su pérdida.
Este conocimiento me hizo sentir mejor conmigo misma, complacida. Sonreí a mi rostro en el cristal, enmarcándolo de nuevo en mi pelo dorado y las paredes rojas de cedro del salón largo y acogedor de Tanya, y disfrutando de la visión. Cuando sonreía, no había ninguna mujer u hombre en este planeta, mortal o inmortal, que pudiera competir conmigo en belleza. Era un pensamiento confortable. Quizás yo no era la persona más fácil con quien vivir. Quizás yo era superficial y egoísta. Quizás yo habría desarrollado un carácter mejor si hubiera nacido con una cara poco atractiva y un cuerpo aburrido. Quizás habría sido más feliz de esa manera. Pero eso era imposible de probar. Yo tenía mi belleza; era algo con lo que podía contar.
Ensanché mi sonrisa.
El teléfono sonó y automáticamente mi mano se tensó, aunque el sonido procedía de la cocina y no de mi puño.
Supe en seguida que era Edward. Llamaría para comprobar la información que le di. Él no habría confiado en mí. Aparentemente me vio lo bastante cruel para gastarle una broma sobre esto. Fruncí el ceño mientras revoloteaba a la cocina para contestar al teléfono de Tanya.
El teléfono estaba muy al borde del largo y obstaculizador mostrador de carnicero. Lo atrapé antes de que el primer pitido cesara, y me giré hacia las puertas francesas cuando contesté. No quería admitirlo, pero sabía que miraba afuera por si regresaban Emmett y Jasper. No quería que me oyeran hablar con Edward. Se enfurecerían...
- ¿Sí? – pregunté.
- Rose, necesito hablar con Carlisle ahora mismo – Alice habló bruscamente.
- ¡Oh, Alice! Carlisle está cazando. ¿Qué...?
- Bien, pero que me llame en cuanto llegue.
- ¿Qué pasa? Lo detectaré enseguida y haré que te llame...
- No – Alice interrumpió de nuevo -, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de Edward?
Sentí mi estómago retorcerse, pareció caerse más abajo en mi abdomen. El sentimiento trajo consigo una extraña sensación de déjà vu, una indirecta débil de una memoria humana perdida durante mucho tiempo. Náuseas...
- Bien... Sí, Alice. Ahora. He hablado con Edward. Hace tan solo unos minutos –por un instante barajé la idea de fingir que Edward me había llamado a mí, una simple coincidencia. Pero por supuesto no había razón para mentir. Edward iba a darme bastantes problemas cuando regresara a casa.
Mi estómago continuó apretando de manera extraña, pero lo ignoré. Decidí mostrarme enfadada. Así Alice no me hablaría bruscamente. Edward no quería mentiras; él quería la verdad. Él me apoyaría en eso cuando volviera a casa.
- Tú y Carlisle estabais equivocados – dije -. Edward no apreciaría la mentira. Él quería la verdad. La quería. Así que se la di. Le llamé... le llamé muchas veces – admití -. Hasta que lo cogió. Un mensaje podría haber sido... equivocado.
- ¿Por qué? – Alice jadeó - ¿Por qué lo has hecho, Rosalie?
- Porque cuanto antes dejara esto, antes volveríamos a la normalidad. El tiempo no facilitaba las cosas, así que ¿por qué aplazarlo? El tiempo no iba a cambiar nada. Bella está muerta. Edward se afligirá, y luego lo olvidará. Mejor que empiece ahora que más tarde.
- En fin, te has equivocado en ambos casos, aunque, Rosalie, era fácil suponer que iba a ser un problema, ¿a que sí? – Alice preguntó en un tono violento y cruel.
¿Equivocada en ambos casos? Parpadeé con rapidez, intentando comprender.
- ¿Bella aún está viva? – susurré, sin creer las palabras. Sólo intentaba comprender a qué casos se refería Alice.
- Sí, exacto. Ella se encuentra perfectamente...
- ¿¿Perfectamente?? ¡La viste saltar desde un acantilado!
- Me equivoqué.
Las palabras sonaron extrañas en la voz de Alice. Alice, quien nunca se equivocaba, nada la pillaba por sorpresa...
- ¿Cómo? – susurré.
- Es una larga historia.
Alice estaba equivocada. Bella estaba viva. Y yo había dicho...
- Bien, tú has cometido un error – gruñí, convirtiendo mi disgusto en acusación -. Edward estará furioso cuando llegue a casa.
- Pero en eso también te equivocas – dijo Alice. Podría decir que estaba hablando entre dientes -. Esa es la razón por la que llamo...
- ¿En qué? ¿En que Edward va a volver a casa? Por supuesto que lo hará – me reí burlona - ¿Qué? ¿Piensas que va a actuar como Romeo? ¡Ja! Algo estúpido, romántico...
- Sí – Alice siseó, su voz era como el hielo -, eso es exactamente lo que vi.
La dura convicción de sus palabras me hizo sentir mis rodillas extrañamente inestables. Agarré una viga de madera de cedro como soporte, un soporte que mi cuerpo, duro como el diamante, no podría necesitar – No. Él no es tan estúpido. Él... él debe hacer que...
Pero no pude terminar la frase, porque yo pude ver en mi mente mi propia visión. Una visión de mí misma. Una impensable visión de mi vida si por alguna razón Emmett dejara de existir. Me estremecí sólo de pensarlo.
No, no había comparación. Bella era sólo una humana. Edward no quería hacerla inmortal, así que no era lo mismo. ¡Edward no podía sentir lo mismo!
- Yo... yo no pensé así, Alice. ¡Yo sólo quería que él volviera a casa! – mi voz era casi un aullido.
- Es un poco tarde para eso, Rose – dijo Alice, más dura y fría que antes -. Guárdate tu remordimiento para quien te crea.
Hubo un clic, y luego un pitido.
- No – susurré. Sacudí mi cabeza lentamente por un momento -. Edward tiene que volver a casa.
Miré mi cara en el panel de cristal de la puerta francesa, pero ya no pude verla más. Era sólo una mancha amorfa de blanco y dorado.
Luego, a través de la mancha, muy lejos en los bosques distantes, un enorme árbol se tambaleó peligrosamente, perdiendo la sincronía con el resto del bosque. Emmett.
Tiré de la puerta para apartarla de mi camino. Se cerró bruscamente dando un golpe en la pared, pero el sonido estaba lejos detrás de mí cuando me sumergí en el verde corriendo a gran velocidad.
- ¡Emmett! – grité - ¡Emmett, ayúdame!








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