sábado, 21 de febrero de 2009

la beca 3

3:42:00 p. m.

(...) No había la dirección de la calle bajo el nombre. Probablemente fuese un reconocimiento formal de mi renuncia, me dije a mí misma. No había razón para sentirse nerviosa. Ninguna razón, excepto el pequeño detalle que pensando sobre cualquier parte de esto bastante a fondo quizá me mande hacia abajo en una espiral a la tierra del autómata. Sólo eso. Deje el resto del correo en la mesa para Charlie. Reuní mis libros en la planta de la sala de estar, y corrí escaleras arriba. Una vez que estuve en mi habitación, cerré la puerta y rasgué el sobre para abrirlo. Tuve que acordarme de permanecer enfadada. El enfado era la clave.

Querida Señorita Swan,
Permítame felicitarla formalmente por haberle sido concedida la prestigiosa Beca J. Nicholls del Pacific Northwest Trust. Esta beca sólo es concedida infrecuentemente, y debería sentirse orgullosa de saber que el Comité de Asignaciones escogió su nombre unánimemente para este honor. Ha habido algunas pequeñas dificultades para concederle su dinero de la beca, pero por favor no se preocupe. Me he tomado la molestia de ver que usted pone los menores inconvenientes posibles. Por favor encuentre el cheque bancario adjunto de veinticinco mil dólares; la concesión inicial más tu primer mes de asignación. Una vez más la felicitó por su logro. Por favor excepto los mejores deseos del todo el Pacific Northwest Trust por su futura carrera universitaria.
Sinceramente,
Randall

El enfado no era problema. Miré en el sobre, y bastante segura, había un cheque dentro. “¿Quién es esta gente?” gruñí entre mis dientes apretados, arrugando la carta, con una mano, en una apretada pelota. Con furia pisé fuerte mi papelera, para encontrar el número de teléfono del señor I. Randall. Sin preocuparme de que fuese de larga distancia – esto iba a ser una conversación realmente corta. - Oh, mierda - silbé. La papelera estaba vacía. Charlie había sacado mi basura. Tiré el sobre con el cheque sobre la cama y alisé la carta otra vez. Estaba en el papel de la compañía, con Departamento de Asignaciones de Becas Pacific Northwest escrito en verde oscuro cruzando la parte superior, pero no había más información, sin dirección, sin número de teléfono. - Joder. Hice plof en el borde de mi cama e intenté pensar con claridad. Obviamente, ellos me ignoraban. No podía haber dejado mis sentimientos más claros, así que esto no era una mala comunicación. Probablemente daría igual si llamase. Así que sólo había una cosa que hacer. Volví a arrugar la carta, destrozando el sobre con el cheque, también, y me moví sigilosamente escaleras abajo. Charlie estaba en la sala de estar, con la televisión encendida fuerte. Fui al fregadero de la cocina, y tiré las bolas de papel en él. Después registré nuestro cajón de varios trastos hasta que encontré una caja de cerillas. Encendí una, y la empujé cuidadosamente en una grieta del papel. Encendí otra, e hice lo mismo. Casi fui a por la tercera, pero el papel estaba ardiendo muy alegremente, así que realmente no la necesitaba. - ¿Bella? -Llamó Charlie por encima del sonido de la televisión. Giré la llave del grifo rápido, teniendo una sensación de satisfacción mientras la fuerza del agua rompía las llamas en una sustancia pegajosa, lisa y cenicienta. -
¿Sí, papá? - Empujé las cerillas de nuevo al cajón, y lo cerré rápidamente. - ¿Hueles humo? -No, papá. -Hmmm. Aclaré el fregadero, asegurándome de que toda la ceniza se había ido por el desagüe, y entonces corrí la eliminación por añadidura. Volví a mi habitación, sintiéndome un poco apaciguada. Podían enviarme todos los cheques que quisiesen. Pensé gravemente. Siempre podía conseguir más cerillas cuando se agotasen.

Escena cuatro:
-durante el periodo de tiempo que Jacob la está evitando-.

En el umbral de la puerta había un paquete de FedEx. Lo cogí con curiosidad, esperando un remite desde Florida, pero fue enviado desde Seattle. No había enumerados remitentes fuera de la caja. Estaba dirigido a mí, no a Charlie, así que lo puse sobre la mesa y rasgué la lengüeta que atravesaba el cartón para abrirlo. Tan pronto como vi el logotipo del Pacific Northwest Trust, sentí como si la gripe estomacal estuviese volviendo. Caí en la silla más cercana sin mirar la carta, la furia se estaba construyendo lentamente. No pude ni traerla para leerla, aunque no estaba lejos. Lo saqué, puse mi cara sobre la mesa, y miré atrás en la caja con reticencia, para ver qué había en el fondo. Era un abultado sobre manila. Debía abrirlo, pero estaba tan enojada que lo tiré fuera de todos modos. Mi boca era una línea dura mientras rasgaba a través del papel sin molestarme en abrir la solapa. Tenía bastante con lo que tratar en ese momento. No necesitaba el recuerdo o la irritación. Estaba impresionada, y de todas formas todavía in sorprendida. Que podría ser sólo esto – tres delgado montones de facturas, colocadas ordenadamente con anchas gomas. No tenía que mirar los valores. Sabía exactamente cuánto estarían tratando de forzar en mis manos. Serían treinta mil dólares. Levanté el sobre cuidadosamente como una rosa y giré para dejarlo caer en el fregadero. Las cerillas estaban justo en la parte superior del cajón de varios, justo donde las había dejado antes. Saqué una y la encendí. Ardía cada vez más cerca de mis dedos mientras miraba fijamente el odioso sobre. No podía hacer que mis dedos la dejaran caer. Agité la cerilla fuera antes de que me quemase, mi cara se retorcía en un gesto de disgusto. Cogí la carta de la mesa, arrugándola en una pelota y lanzándola al otro fregadero, encendí otra cerilla y la empujé en el papel, mirando con severa satisfacción mientras ardía. Un calentamiento. Alcancé otra cerilla. De nuevo, ardió cerca de mis dedos antes de que la tirase a las cenizas de la carta. No me podía causar a mí misma acabar de quemar treinta mil dólares. Así que ¿Qué iba a hacer con esto? No había dirección para devolverlo – estaba bastante segura de que la compañía no existía realmente. Y después se me ocurrió que tenía una dirección. Metí el dinero de nuevo en la caja de FedEx, rompiendo la etiqueta para que si alguien más lo encontraba, sería imposible para ellos relacionarlo conmigo, y me dirigí de vuelta a mi camioneta, refunfuñando incoherentemente todo el camino. Me prometí a mí misma que haría algo especialmente imprudente con mi motocicleta esta semana. Comenzaría a saltar peligrosamente si debía. Odiaba todas las pulgadas de conducción mientras atravesaba los tenebrosos árboles,
apretando mis dientes, hasta que me estaba doliendo la mandíbula. Las pesadillas serían fieras esta noche – solo estaba preguntando por esto. Los árboles abrían en los helechos, y conducía enfurecidamente a través de ellos, permitiéndome una doble línea de aplastados tallos rezumando detrás de mí. Paré delante de las escaleras, tirándolo en punto muerto. La casa parecía justo la misma, dolorosamente vacía, muerta. Sabía que estaba proyectando mis propios sentimientos sobre su apariencia, pero eso no cambia la manera en que la veía. Cuidadosa de no mirar a través de las ventanas, caminé a la puerta principal. Deseé desesperadamente por un solo minuto ser un zombi otra vez, pero la insensibilidad estaba caducada hacía tiempo. Coloqué la caja en el umbral de la casa abandonada y giré para irme. Paré en el escalón superior, no podía dejar solo un montón de dinero en efectivo delante de la puerta. Eso era casi tan malo como quemarlo. Con un suspiro, bajé mis ojos, y cogí la ofensiva caja. Quizá pudiese solo donarlo anónimamente para una buena causa. Una caridad para la gente con enfermedades sanguíneas, o algo. Pero estaba sacudiendo mi cabeza mientras volvía al interior de mi camioneta. Era su dinero, y maldita sea, él lo conservaría. Si lo hubiesen robado de su porche delantero, sería culpa suya, no mía. Mi ventana estaba abierta, y antes de irme, sólo tiré la caja tan fuerte como pude hacia la puerta. Nunca tuve la mejor puntería. La caja golpeó fuerte contra la ventana delantera, haciendo un agujero tan grande que parecía que había lanzado una lavadora. - ¡Oh, mierda! - grité fuerte, cubriendo mi cara con las manos. Debería haber sabido que no importaba qué hiciese, sólo haría las cosas peor. Afortunadamente el enfado se reafirmó a sí mismo después. Esto era culpa suya, me recordaba a mí misma. Sólo estaba regresando a su propietario. Era su problema que hubiera estado haciendo tal tarea. Además, el sonido demoledor del cristal era la clase de frío – que me hacía sentir una pequeña parte mejor de una forma perversa. Realmente no me convencí a mí misma, pero saqué la camioneta en punto muerto y conduje fuera a pesar de todo. Esto era como cerrar como podía venir enviando el dinero de vuelta a donde pertenecía. Y ahora tenía un conveniente paso para dejar caer la caja con el dinero del plazo del próximo mes. Era lo mejor que podía hacer. Lo repasé unas cien veces después de dejar la casa. Fui a por el listín telefónico buscando cristaleros, pero no había extraños para pedir ayuda. ¿Cómo explicaría la dirección? ¿Tendría Charlie que arrestarme por vandalismo?

Escena cinco:
-la primera noche que Alice vuelve después de ver a Bella “cometer suicidio"-.

- ¿No quiso Jasper venir contigo? - No aprobaba mi interferencia. Olfateé. - No eres la única. Se agarrotó y luego se relajó. - ¿Tiene esto algo que ver con el agujero en la ventana delantera de mi casa y la caja repleta de billetes de cien dólares en el suelo de la sala de estar? - Sí - dije enfadada - Siento lo de la ventana. Fue un accidente. - Eso normalmente está contigo. ¿Qué hizo él? - Algo llamado Pacific Northwest Trust me concedió una muy extraña y persistente beca. No era un disfraz verdadero. (...)



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